Por Dayana Mendizabal
Los delfines, fascinantes mamíferos acuáticos, poseen una serie de características notables que los convierten en criaturas únicas y apreciadas en todo el mundo. Su anatomía, marcada por una boca curvada que sugiere una sonrisa perpetua, dos aletas laterales, una aleta triangular en la parte superior y un hocico en forma de pico, les confiere una apariencia distintiva. Su piel lisa y gomosa, que puede variar en colores como azul-grisáceo, negro, blanco o incluso rosa, se distingue por una capa aislante de grasa crucial para su supervivencia.
Estos cetáceos, presentes en mares y océanos globales, exhiben una distribución global y se adaptan a una amplia variedad de hábitats, desde zonas tropicales hasta regiones subpolares, evitando aguas extremadamente frías. Aunque la mayoría de las especies se encuentran en mares, algunas también prosperan en aguas dulces.
Su dieta, compleja y diversa, varía geográfica y estacionalmente. Aunque la sardina es una presa clave en la dieta de los delfines, su condición de oportunistas los lleva a consumir una amplia gama de peces, crustáceos, moluscos y plancton. Técnicas de caza como el «bait-balling» y el «corralling» demuestran su ingenio para capturar presas, complementadas por la ecolocalización, donde generan ondas de sonido para obtener información crucial sobre su entorno.
La reproducción de los delfines sigue el modelo vivíparo, con las madres amamantando a sus crías hasta los dieciocho meses. La inteligencia de estos mamíferos se refleja en su comportamiento social complejo, viviendo en grupos llamados mandas, cazando colaborativamente y comunicándose mediante chillidos y silbidos. Aunque se desconoce si poseen un lenguaje definido, su capacidad para reconocerse entre sí a través de silbidos individuales demuestra su asombrosa inteligencia.