Minuto 87, el maguito Orbelín controla, mueve el balón y entrega a Santi Giménez a mitad de la cancha hace un recorte corto, hacia adentro, se libera de la marca y enfila, pedaleando, imaginando, decidiendo dónde y cómo patear ese balón sobre la salida de Mosquera. Lo escolta el bufido, el susurro que va creciendo hasta el alarido en las gargantas de los 72,963 espectadores y Giménez decide bien. Pulcramente, 1-0 cuando el partido codiciaba penales. México campeón de la Copa Oro. Un partido trabado, intenso, sin concesiones.
Jaime Lozano llegó a levantar un equipo hecho pedazos. Lo consiguió. Lo ungió a todos los valores del que está dispuesto a todo, hasta lo impensable. El #LamborJimmy llegó a la meta.
Esa atmósfera de final. De tensión, de ansiedad, de nervios. Hace erupción silenciosa y espesa desde la tribuna. De una afición que le cubre la epidermis indiferente a la tribuna, y la llena a veces de susurros, a veces de bufidos, y a veces de alaridos y mentadas de madre.
México equilibra un partido que cada vez más refleja el cansancio del agobio combinado de la tensión, el esfuerzo y la ansiedad. La carta marcada, la apuesta final la hace Jaime Lozano al minuto 84. Santiago Giménez entra a la cancha. Santi y Orbelín terminarían por marcar la diferencia.
En un gesto de nobleza, de bonhomía, Santiago Giménez busca desesperadamente al hombre con quien quiere festejar, a quién quiere entregarle la gloria histórica del gol: a Henry Martín.
La Copa Oro regresa a casa, como lo había prometido Guillermo Ochoa a nombre del equipo.