Por Dayana Mendizabal
La equinoterapia, también conocida como equitación terapéutica, se destaca como una terapia integral que impacta positivamente en diversos aspectos del desarrollo humano. Esta práctica milenaria, con raíces en la Grecia Clásica, ha evolucionado a lo largo del tiempo, siendo introducida formalmente en Estados Unidos y Canadá en el siglo XX. Esta forma de terapia se recomienda para personas con discapacidades físicas, psíquicas o sensoriales, así como para aquellos con trastornos psicológicos o dificultades sociales.
Tanto adultos como niños, incluyendo aquellos en estimulación temprana, pueden beneficiarse de la equinoterapia. Los profesionales que aplican la equinoterapia requieren una preparación especial, combinando conocimientos ecuestres con competencias en fisioterapia, psicología y pedagogía. La elección del caballo como compañero terapéutico se justifica por su naturaleza dócil, aceptación social y capacidad de transmitir calor, impulsos rítmicos y movimientos tridimensionales.
Los beneficios físicos de la equinoterapia son notables, abarcando desde el desarrollo del tono muscular hasta el incremento de fuerza, resistencia, equilibrio y coordinación. A nivel psicológico, la equinoterapia facilita la asociación de sensaciones físicas con nuevas reacciones psicológicas, fortaleciendo la autoestima, la seguridad, la autonomía y el autocontrol. Además, se observa una mejora en la comunicación, concentración, atención y respeto por los animales.
La equinoterapia emerge como una herramienta valiosa para mejorar la calidad de vida de personas con diversas necesidades, ofreciendo un enfoque integral que abarca el desarrollo cognitivo, físico, emocional, social y ocupacional.