El 2023 nos trajo un hallazgo revolucionario que pasó desapercibido pero que podría cambiar de manera radical el mundo que hemos conocido: La humanidad aprendió a crear formas de vida que no existían en la naturaleza redactando nuevos códigos genéticos.
Se trata de un nuevo capítulo de la historia del ácido desoxiribonucleico (ADN), que comenzó en 1869 cuando fue identificado por el biólogo suizo Johan Friedrich Miescher.
Desde entonces, miles de científicos dedicaron su vida a descifrar el código genético, una especie de abecedario especializado que poseen todos los seres vivos para que las células se comuniquen con las proteínas, que son las ejecutoras de la información y las que permiten la diversidad en la naturaleza.
En siglo y medio, los investigadores identificaron cada uno de los símbolos del código genético y aprendieron a manipularlo para diagnosticar enfermedades y crear medicamentos. El nuevo hito es que aprendimos a usar los dogmas de la biología para crear vida. Es como si antes sólo podíamos usar y editar la información que leíamos de un libro que explicaba todas las formas de vida sobre el planeta. Y ahora comenzamos a escribir un libro nuevo donde existirán nuevos seres.
La historia del robot anfibio
La rana Xenopus laevis sólo podía encontrarse en los charcos y arroyos del África Sahariana hasta que unos científicos estadounidenses extrajeron su tejido embrionario y sus células cardíacas para ensamblarlas en un artefacto robótico.
El resultado fue la transformación de la xenopus en un xenobots, el primer robot fabricado completamente con materia prima viviente.
La revista Discover explicó que los xenobots están diseñados en una supercomputadora que usa un software que emula la selección natural. Los algoritmos determinan las posibles configuraciones de tejidos que necesita un xenobot para realizar una tarea específica, como moverse por un fluido o cargar peso.
«Se realiza sin electrónica. Los comportamientos están programados completamente mediante el disposición estructural de las pulsantes células cardíacas contenidas en una matriz de rígidas células cutáneas», dijo Discover Magazine.
Las células del corazón se contraen y las células de la piel no. Los investigadores lograron unir estos dos tipos de células en una estructura funcional que se mueve.