Por Dayana Mendizabal
El conejo, caracterizado por su pelaje espeso y lanudo que varía en tonalidades de pardo pálido a gris o rojizo, es un hábil maestro del camuflaje en la naturaleza. Con un peso que oscila entre 1,5 y 2,5 kg en estado salvaje, este pequeño mamífero presenta orejas largas, alcanzando hasta 7 cm, las cuales desempeñan un papel crucial en la regulación de su temperatura corporal. Su cola es notablemente corta, y las patas traseras son más largas que las delanteras, contribuyendo a su característico estilo de movimiento.
Un rasgo distintivo del conejo es su necesidad constante de desgastar sus dientes, especialmente los incisivos, que crecen incesantemente. Este comportamiento asegura que los dientes no se vuelvan demasiado largos, evitando posibles lesiones para el animal.
En cuanto a su comportamiento social, el conejo es gregario y territorial, prefiriendo vivir en extensas conejeras en condiciones óptimas. Estas pueden albergar de seis a diez individuos adultos de ambos sexos, estableciendo una jerarquía de dominancia, especialmente relevante en los machos para el apareamiento.
Nocturno y crepuscular por naturaleza, el conejo se alimenta durante la noche y pasa gran parte del día en sus madrigueras. Aunque generalmente silencioso, emite chillidos fuertes en situaciones de miedo o peligro. La comunicación se extiende a través de olores y contacto físico, mientras que ante depredadores potenciales, adopta la estrategia de permanecer inmóvil antes de emprender una rápida huida.
En términos de reproducción, la especie destaca por su capacidad reproductora, con crías llamadas gazapos que nacen sin pelo y ciegos. La madre los visita brevemente cada día para cuidarlos y alimentarlos con su leche. Los gazapos son destetados a las cuatro semanas, y tanto machos como hembras alcanzan la madurez sexual alrededor de los 8 meses de edad.
Aunque admirado por su encanto en entornos domésticos, el conejo puede convertirse en una plaga en varios países. En algunos casos, se ha intentado controlar su población mediante la introducción deliberada de enfermedades contagiosas, destacando los desafíos de la coexistencia entre la vida silvestre y la actividad humana.