Por Dayana Mendizabal
Las cebras, conocidas por su distintivo pelaje a rayas, presentan un fenómeno único en la naturaleza: ninguna cebra comparte un patrón idéntico, similar a las huellas dactilares humanas. Aunque los científicos aún no han llegado a un consenso sobre la función exacta de estas rayas, varias teorías sugieren que podrían tener adaptaciones evolutivas que contribuyen a la supervivencia de la especie.
Una hipótesis principal apunta hacia el camuflaje como función clave de las rayas de las cebras. El patrón rayado puede confundir a los depredadores, dificultando la distinción de un individuo en movimiento dentro de una manada. Además, las rayas podrían distorsionar la percepción de la distancia durante el amanecer y el anochecer, momentos críticos para la caza y la supervivencia.
Otras teorías sugieren que las rayas actúan como repelente de insectos, ya que ciertos insectos se ven afectados por patrones de colores sólidos. Asimismo, se ha planteado la posibilidad de que las rayas sirvan como protección solar natural.
Las cebras, animales sociales que viven en manadas, encuentran en sus rayas un modo de reconocimiento mutuo. La especie más común, la cebra de llanura o de Burchell, forma pequeños grupos familiares liderados por un macho, varias hembras y sus crías. Estas unidades pueden fusionarse para crear majestuosas manadas, siendo la colaboración esencial para la supervivencia en un entorno donde depredadores como hienas y leones acechan constantemente.
La estructura social de las cebras también desempeña un papel crucial en la defensa contra depredadores. En caso de un ataque, la manada se une para proteger al individuo amenazado, rodeándolo y enfrentando conjuntamente a los depredadores. Esta solidaridad fortalece la resistencia y la supervivencia de las cebras en su hábitat natural.