La vena literaria del director debutante Graham Moore —conocido por novelas como “El hombre que mató a Sherlock Holmes”— es la que en “El sastre de la mafia” le otorga la solidez a la estructura, así como el ímpetu calculado al desarrollo, de lo que se plantea como una equilibrada conjunción de las convenciones teatrales que se nutren con las posibilidades cinematográficas.
Es así que en “El sastre de la mafia” el escenario apostado en una sola locación, con las entradas y salidas de los actores para dimensionar las trampas y subterfugios de la intriga en el espacio físico, empujando a imaginar ese Chicago de mediados de los 50 sólo a través de lo que se dice y lo que se cuela a través de puertas y ventanas, aludiendo al manejo de la luz que define al cine negro siempre proveniente de fuentes dentro del universo que presenta, establece con el espectador una sutil y truculenta complicidad de poco menos de dos horas.
Resulta una delicia el seguir los pasos del que según sus propias palabras es un cortador y no un simple sastre, cuyo pequeño pero tradicional y sofisticado negocio también funciona como buzón para una fracción dominante de gánsteres, lo cual le lleva a una situación límite donde se mantiene vivo dándole la vuelta con inesperados argumentos a cada una de las situaciones en el momento justo, dejando en el aire la constante sensación de qué hay algo más detrás de su semblante inalterable.
Es cierto que hay una que otra frase que se corta a destiempo, evidenciando las puntadas de la costura de la propuesta con aire a las obras de Ágatha Christie, lo cual obliga a estirar de más la verosimilitud de su ficción, pero lo satisfactorio del juego estilístico lo compensa.
Esto amén de la interpretación de Mark Rylance —“No miren arriba” (2021)—, quien se muestra tan minucioso, enfocado y casi obsesivo, como lo es en la ejecución de su oficio el migrante inglés al que interpreta. El Sastre de la Mafia llega a la cartelera mexicana.
