Por Alejandro Escobar
El cine erótico, que tuvo su auge en las décadas de los 70 y 80, tiene sus raíces en cortometrajes del siglo XIX que apenas insinuaban gestos de afecto. A finales de los 60, el género experimentó una explosión gracias al movimiento de contracultura y liberación sexual, desafiando las normas sociales y explorando contenidos más sensuales y transgresores.
Contrario a las predicciones de algunos medios en los inicios de la década de 1970, el cine erótico no solo mantuvo su popularidad, sino que se diversificó, dando lugar a clásicos cinematográficos. Mientras México abordaba el erotismo con tramas sobre jóvenes prostitutas, Francia y Hollywood exploraron narrativas más atrevidas y complejas.
La ambigüedad entre el cine erótico y la pornografía a menudo confunde a las audiencias. Según expertos, el cine erótico no busca simplemente satisfacer deseos sexuales, sino que pretende intrigar al espectador con historias de romanticismo y sexualidad. La distinción entre ambos géneros, según el semiólogo Roland Barthes, no radica en la obscenidad, sino en el tratamiento y la finalidad del producto.
El cine erótico puede variar desde una insinuación sutil hasta desnudos totales, parafilias y representaciones delictivas en torno al sexo. Sin embargo, lo fundamental es que cada escena sexual contribuya narrativamente, reforzando la historia o la conducta de los personajes.
El sociólogo italiano Francesco Alberoni identifica una variación de erotismo cinematográfico según el género, sugiriendo que los hombres se excitan con la belleza de la mujer, especialmente cuando esta se muestra dispuesta a cumplir órdenes sexuales sin inhibiciones.