Por Dayana Mendizabal
Las catarinas, también conocidas como vaquitas o mariquitas, son insectos pequeños y coloridos que a menudo pasan desapercibidos en la vida cotidiana. A pesar de su apariencia amigable y su valioso papel en el control de plagas, su presencia en entornos urbanos está disminuyendo. Con más de 6 mil especies, estas criaturas tienen una diversidad impresionante en sus patrones y colores.
A lo largo de su vida, las catarinas atraviesan diversas etapas, comenzando como larvas que se alimentan de huevos no fertilizados dejados por su madre. Su dieta cambia a medida que crecen, convirtiéndose en cazadoras selectivas de insectos más grandes. Su contribución como controladores biológicos, especialmente en la lucha contra pulgones y otras plagas, las convierte en valiosas protectoras de plantas y cultivos.
La historia de las catarinas en México presenta un giro interesante con la introducción de la catarina Arlequín desde China. Aunque inicialmente destinada a combatir plagas, esta especie exótica invasora terminó compitiendo con las especies nativas y desencadenando problemas en el ecosistema.
El peligro actual que enfrentan las catarinas, especialmente en entornos urbanos, radica en el uso indiscriminado de insecticidas. Estos productos no solo afectan a las plagas, sino también a los insectos beneficiosos como las propias catarinas. En lugar de recurrir a insecticidas, se destaca la importancia de permitir que las catarinas prosperen como guardianas naturales de las plantas.
A pesar de los desafíos que enfrentan, se destaca la creencia en diversas culturas de que ver una catarina es un indicador de buena suerte. Preservar y fomentar la presencia de estos insectos coloridos no solo beneficia a la naturaleza, sino que también podría atraer la fortuna a quienes los encuentren revoloteando a su alrededor.